¿Maite o Matilde?...

 Hoy es Santa Matilde chicas. No he celebrado nunca tal festividad, pero hoy la ocasión merece la pena, una especial historia requiere una larga entrada, una historia de esas que tanto gustan a mis vergelianas y que despeja de forma emotiva el por qué de mis dos nombres. ¿Estáis todas ya sentadas y en primera fila?...
Para contaros todito, todo, he de desempolvar mis albunes de fotos antiguas, debo remontarme allá por los años sesenta cuando todavía la vida parecía verse y entenderse en total blanco y negro...

Mis padres chicas, felices y sonrientes en plena ciudad de Barcelona. Si os fijáis bien, mi madre luce una incipiente barriga de embarazada, una servidora dormitaba dentro de ella aunque aún me quedaban varios meses por salir. Estoy casi segura que ya por entonces ellos ya habían pensado como iban a llamarme porque si mi hermana mayor llevaba impuesto el nombre de mi abuela materna, María del Carmen, yo sin dudarlo llevaría el de la otra, Matilde, cuestión de tradiciones...

 A las pocas semanas de nacer, me bautizaron con el largo nombre de Matilde Fatima, éste último dedicado a la iglesia donde se celebró tal acontecimiento...

 Pequeñísima que era yo en brazos de mi madrina, ajena a ceremonias, a nombres y a invitados...

 Pues así fue chicas, desde bien pequeñita y cuando aún permanecía en el carro durante mis largos paseos primaverales todos, todos, me llamaban Matilde. Aunque me pregunto como lo pronunciaría mi hermana, la que asoma por la foto con su gorrito coqueto, más que nada por lo largo de semejante nombre...

 Fui creciendo, di mis primeros pasos en el parque cercano a casa...

 Sonreía ante la cámara divertida y respondía siempre al largo nombre de Matilde...

 La cosa hubiera quedado así, Matilde eternamente, pero no chicas, eso hubiera sido lo normal...Un buen día apareció la señora Amelia, gran amiga de mi madre...

 Para conocerme y pasar un rato con todos nosotros. Me acerqué a ella según me contaron, me miró de arriba a abajo y nos dijo a todos..."A esta niña tan pequeña y rebonita no podemos llamarla Matilde, un nombre demasiado largo y serio para ella. Vamos a llamarla Maite que para tal caso es lo mismo y le queda fenomenal"...

 Cuantas veces preciosas una sencilla frase ha cambiado la historia de los acontecimientos y la mía no fue otra que la expuesta por la señora Amelia, pues todos se miraron asintiendo, para desde entonces hacer desaparecer prácticamente en mi vida el nombre de Matilde y bautizarme, por cuenta propia, con el de Maite...

Nada tenían que ver el uno con el otro, no es un diminutivo del original, en todo caso debieron imponerme Mati, pero ni mis padres, ni el resto de los que allí habían, se molestaron en comprobarlo...

 Y pasé desde entonces a ser Maite, eso si, con "i" latina mucho más original. Llegó mi comunión y el cura pronunció mi nombre auténtico al darme el sacramento. Me costó mirarlo y entender que era yo a la que nombraban, poco acostumbrada estaba una a escuchar semejante nombre largo...

 Llegaron las fotos a color, me cortaron mi largo pelo y yo continuaba siendo para todos Maite...

 Llegó mi preadolescencia, volvió a crecerme el pelo y por aquel entonces recuerdo que me gustaba alardear de mi nombre. Maite sonaba diferente, original y poco oído, me sentía especial y me encantaba como sonaba...

Me convertí en una chica coqueta, a la que le encantaba vestir a la última moda. Cuando conocía a algún interesante chico siempre me presentaba como Maite pensando lo maravilloso de semejante nombre, cortito y diferente...

 Recuerdo que una vez alguien  comentó en presencia de todos mis amigos que Maite era un nombre de origen vasco y que en esa lengua significaba la palabra amor. Madre mía chicas, es ese instante creí morirme, me sentí si cabe más encantada con el nombre no ya elegido por mis padres, sino el rebautizado por la maravillosa señora Amelia, bendita sea ella...

 Lo curioso de todo era mi firma, siempre lo he hecho con mi auténtico nombre, era algo que me salía de dentro y jamás lo hubiera variado. En el colegio los profesores me llamaban Matilde...

 Mi abuela materna, la única a la que conocí, también me nombraba así en mis interminables veranos en el pueblo...

 Y mi padre, sobre todo mi padre, cuando se enfadaba conmigo lo hacía pronunciando con dureza el nombre de Matilde...

 Pasaron los años, volví a cortarme el pelo en una cuadrada melena de última moda y continuaba siendo para casi todos Maite...

 Ni se me hubiera ocurrido por aquellos años gritar a los cuatro vientos el anticuado y clásico nombre de Matilde...

 Conocí a mi Víctor, nos hicimos novios, empezamos a planear nuestra boda con ilusión y he de deciros que se enamoró de mi como Maite y que aún después de tantos años, así me sigue llamando, menos cuando se enfada, entonces al igual que mi maravilloso padre,  pronuncia Matilde con  rabia absoluta, matizándolo hasta con ironía...

 Y nos casamos, en una exquisita ceremonia en el santuario de Santa Quiteria. Ese especial día de igual forma que en mi comunión, el sacerdote volvió a nombrarme como Matilde, creí advertir en todos los presentes miradas como de asombro, pocos conocían mi nombre y creían que el cura simplemente se había equivocado por su avanzada edad...

 Paso el tiempo, empecé entonces a trabajar en una gran tienda de calzados en mi pequeña ciudad. Los jefes, una pareja algo entrada en años me comentaron un día el porque de llamarme Maite. No supe en verdad que responderles. Ellos me confesaron que Matilde era un nombre realmente precioso, lleno de matices, así me dijeron y que en nuestras tierras catalanas era muy apreciado. Desde el primer día trabajando para ellos me llamaron Matilde, por primera vez en mi vida, ese nombre resonaba día tras día empezando a formar parte de mi misma...

Y me llegó la tan esperada maternidad. Fui madre con 33 años de mi preciosa Celia. Ella siempre me ha llamado mami, Maite en contadas ocasiones y Matilde, por supuesto, ni por asomo. Por ello cuando escogí junto con Víctor como la llamaríamos, sabía perfectamente que debía ser un nombre sin diminutivos, sin otros que se le pareciesen y por supuesto y eso lo tenía bien clarito que nadie osase nunca a insinuar otra forma de nombrarla...

 Ahora ya he madurado, soy una mujer con las ideas, los pensamientos y las cosas muy claras. Y ha sido hace ya algunos años que al levantarme un buen día me di cuenta de que el nombre de Matilde era increíble. Lo llevaba por una maravillosa mujer, mi abuela, a la que no tuve el placer de conocer. Me cuentan aquellos que tuvieron el lujo de vivir cerca de ella que era guapísima, con una larga melena de color castaño, con un enorme corazón,  que supo criar con dedicación absoluta a sus ocho hijos, que era parlanchina, alegre y llena de vida...

Desde hace ya tiempo me presento a mis nuevas amistades con el nombre de Matilde. Lo de Maite pasó a la historia, queda como una especial anécdota ocurrida hace ya muchos años. Creo que mi abuela estaría orgullosa de tener una nieta llamada de igual forma que ella, los nombres pensados por nuestros padres con el corazón deberían llevarse con orgullo, con dignidad y hasta pasarlos de generación en generación para postergarlos con infinito amor...

 Aún ahora, cuando en contadas ocasiones me topo con la señora Amelia, me la miro de arriba a abajo, le comento entre risas el jaleo que ha conllevado el cambio de mi nombre al que arrastro y arrastraré por toda mi vida. Ella simplemente me mira de reojo como queriéndome decir que era yo tan pequeñita que semejante nombre no podía ser de ninguna de las maneras...

 Aiiiiiiiiiiiiiiiii chicas, ¿Maite o Matilde?...La verdad es que para los más allegados, los que me conocen desde siempre, mis amigos de la infancia y más allá, soy y seré Maite. Para mis parientes ya mayores, aquellos que aún continúan en mi vida, ellos me seguirán nombrando con el increíble nombre de mi abuela Matilde. Y los nuevos, aquellos que aún están por llegar, para ellos, indudablemente voy a ser de todas, todas, Matilde en grandes letras...

 Después están todas mis mujeres, esas vergelianas que forman parte de mi especial mundo. Algunas como Marta Lladó me conocisteis como Maite y sé que así voy a seguir siéndolo por principios. Pero en mi fuero interior, adentro mío, nada me haría más feliz que leer y escuchar en boca de todas vosotras las maravillosas letras que conllevan el nombre que hace ya algunos años dos personas inmensamente amadas escogieron para mi. Mi padre allá donde esté, seguro que se siente orgulloso de tener una hija llamada de igual forma que su madre...

¡Feliz día de Santa Matilde!, dicen los entendidos que aquellas a las que se les ha otorgado semejante nombre se convierten en mujeres, guerreras, valientes y fuertes. Y yo así me siento...

Hoy no me queda otra que matizar una posdata..."No os riáis en demasía con las fotos chicas, en algunas casi ni me reconozco"...

¡Hasta mañanaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!